Cultura del silencio, mitos y revictimización: el triple muro del que intentan escapar las víctimas.

En nuestras sociedades contemporáneas, donde la libertad de expresión se celebra en discursos y campañas, aún persiste un tipo de silencio mucho más profundo y peligroso: el que envuelve a las víctimas de violencia sexual. Un silencio que no nace de la falta de palabras, sino del miedo a hablar. A no ser creídas. A ser juzgadas. A ser heridas una vez más. Este fenómeno tiene nombre: cultura del silencio. Es un sistema no escrito, pero muy eficaz, que enseña a las personas a callar antes que a denunciar. Impone vergüenza donde debería haber empatía. Y normaliza el abuso bajo capas de "es que así son las cosas" o "ella sabía a lo que iba". A través de miradas cómplices, frases hechas y protocolos ausentes, esta cultura protege al agresor y aísla a quien se atreve a contar su historia. Pero el silencio no se sostiene solo. Se alimenta de los mitos sobre la violencia sexual, que siguen circulando con fuerza: que las mujeres mienten, que si no gritó no fue violación, que "no se veía tan afectada", que si fue su pareja, no cuenta. Mitos que reducen lo vivido a clichés, y que obligan a las víctimas a encajar en un estereotipo imposible para ser creídas. Estos mitos no solo desinforman; actúan como armas que invalidan y deshumanizan.

Cuando una víctima se atreve a romper ese silencio en una comisaría, en redes sociales, en una conversación íntima aparece una nueva forma de violencia: la revictimización. Ocurre cuando las instituciones, los medios de comunicación o la sociedad en general vuelven a someter a la persona a un escrutinio cruel: se duda de su relato, se examina su ropa, sus relaciones, sus intenciones. Se le exige que vuelva a narrar su dolor una y otra vez, como si tuviera que demostrar que merece justicia. Y, en muchos casos, ese proceso es tan traumático como el hecho denunciado. Estos tres elementos silencio, mitos y revictimización forman un círculo vicioso que atrapa a quienes han sobrevivido a la violencia. Un sistema que no solo permite que los abusos continúen, sino que los disfraza de malentendidos, excesos o errores aislados.

Romper ese ciclo no es tarea de una sola persona. Implica educar con perspectiva de género, crear protocolos institucionales sensibles, capacitar a medios de comunicación responsables y, sobre todo, cultivar una cultura que escuche sin juzgar, que crea sin condiciones, y que acompañe sin herir. Este número busca precisamente eso: poner en palabras lo que tantas veces se calla. Porque el silencio protege al agresor. Y hablar, aunque duela, es el primer acto de resistencia.

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